top of page

Guerra, patriarcado y violencia - La salida femenina en Tres guineas de V. Woolf / Marjorie Flores



Marjorie Flores nació en Quito, Ecuador en 1996. Cuando tenía 18 años decidió que se quería dedicar a la literatura, así que viajó a Argentina. Es ahora licenciada y profesora en Letras con mención en Teoría Literaria por la Universidad de Buenos Aires. Adscripta en la materia Problemas de Literatura Latinoamericana, actualmente se encuentra investigando sobre el terror latinoamericano. Apasionada por la literatura y el cine siempre está rodeada de aquello que la mueve. Apareció en un dossier sobre Mujeres, Terror y Cine. Se ha desempeñado como Docente de Lengua y Literatura, redactora y traductora. Además, tiene un blog en el que comparte reseñas literarias y lo que la apasiona del arte https://kronosrecortados.blogspot.com/



Guerra, patriarcado y violencia La salida femenina en Tres guineas de Virginia Woolf.




“La peor maldición que pesa sobre la mujer es hallarse excluida de esas expediciones guerreras; no es dando la vida, sino arriesgando la propia, como el hombre se eleva sobre el animal; por ello en la Humanidad se acuerda la superioridad, no al sexo que engendra, sino al que mata”.

(Simone de Beauvoir)

“aunque si Él fuera, sería la causa motora de cadenas y trompadas de cada violación”

(Gabriela Cabezón Cámara) “Como mujer, no tengo país. Como mujer no quiero país, como mujer el mundo es mi país.” (Virginia Woolf, Tres guineas)

Introducción

En el marco del seminario “La estética al rescate del pasado”, dictado en la Universidad de Buenos Aires en el año 2020, estudiamos la manera en que las representaciones artísticas traían ciertos sucesos de violencia histórica al presente. A través de diferentes lecturas y visionados de películas pudimos observar y analizar cómo la memoria es un campo de disputa, un campo conflictivo. En este sentido, estética y política están estrechamente relacionados. Según Jacques Rancière, tanto la política como el arte construyen ficciones en el sentido de “reordenamientos materiales de signos e imágenes, de las relaciones entre lo que se ve y lo que se dice, entre lo que se hace y lo que se puede hacer” (2014: 3). y en ese sentido tienen un efecto sobre lo real; pues trazan planos de lo visible y lo decible y relaciones entre modos del ser, del hacer y del decir.

Entonces, lo que problematizamos durante el seminario fue qué sentidos podríamos reconstruir a partir de las representaciones de esas obras, vale decir de la memoria que construían; qué nos permitían ver, decir, hacer; qué era lo que hacían visible y lo que ocultaban, qué era lo decible y lo no decible en la época en la que fueron escritos; es decir cómo se insertan en el contexto histórico y sus propias imposiciones sobre lo decible y lo visible.

En ese sentido, al analizar la obra de Gabriela Cabezón Cámara Beya le viste la cara a Dios lo que pudimos observar fue cómo en el cuerpo de Beya se inscriben las huellas de la violencia patriarcal, la “hicieron pura carne a fuerza de golpe y pija” (2016: 4). Y aquí es donde radica la importancia del análisis porque lo que leemos en este relato resulta horroroso precisamente porque es real. La trata de personas sigue existiendo y, lamentablemente, es solo un ejemplo más de lo violenta que es la sociedad en la que vivimos. Vale aclarar que empleamos el término violencia en su sentido más elemental, el de la imposición de una situación o daño sobre una persona por parte de otra persona.

Como es sabido, el siglo XX fue uno de los más violentos, con dictaduras en Latinoamérica, con dos guerras mundiales y con numerosos hechos históricos que quedaron en el olvido. Pero nuestro presente no ha podido dejar en el pasado esa violencia; la guerra en Medio Oriente, la situación de Ucrania y Rusia, las políticas neoliberales en Latinoamérica, el caso de las mujeres en Irán, solo por mencionar unos pocos. Entonces cabe preguntarnos ¿Por qué como sociedad seguimos permitiendo que esto suceda? ¿Es que no hemos visto ya demasiados horrores llevarse a cabo? ¿Hay alguna salida? ¿Cuál es el origen de esta opresión? ¿Hay algún culpable? ¿La responsabilidad es colectiva?

Para pensar en las posibles respuestas es que analizaremos el ensayo de Virginia Woolf, Tres guineas (1938), pues nos permite afirmar que el centro del problema es que estamos bajo un régimen ideológico patriarcal el cual ha sido sostenido por la idea de patria y por los intereses sociales basados en los sentimientos de competencia y recelo, que son los que estimulan la inclinación a la guerra. Además, creemos que resulta provechoso leer este ensayo a la luz de los conceptos vistos en el seminario como lo son “deseo de represión”, “violencia”, “autoridad”, porque nos permiten repensar tanto el pasado como nuestro presente con vistas hacia el futuro. Asimismo, tratamos el texto como un discurso entendido como dispositivo de producción de sentidos, es decir que tiene enunciados y representaciones políticas y discursivas y no se trata del reflejo de la realidad, pero sí permite pensarla, problematizarla. Escucha masculina, escritura y voz propia

Si bien este ensayo puede ser leído como una continuación de Un cuarto propio (1929), recalcamos que en Tres guineas el gesto de escribir tiene mucha más fuerza. Ya no se trata de una intervención para una charla sobre las mujeres y la novela como en el libro de 1929 (tema que se podría pensar es apto para ser tratado por una mujer); sino que tenemos una carta en la que una mujer responde a otra carta enviada por un hombre, en la que ese hombre le pregunta ¿qué haría usted para evitar la guerra? Esta interrogante hecha en el presente no nos resulta nada extraña, pero con la inteligencia que caracteriza a Woolf nos remarca que se trata de una carta “tal vez única en la historia de la correspondencia humana, pues, ¿cuándo se ha visto que un hombre instruido pidiera la opinión de una mujer acerca del modo de impedir la guerra?” (Woolf, 2015: 10). Entonces, ya podemos advertir el recurso de crear una intención masculina de escuchar la opinión de una mujer sobre un tema político, social y mundial. Es significativo que ante esto, Woolf conteste en primera persona plural: “Vamos a hacer el intento aunque estemos condenadas al fracaso” (ibíd,10).

Pues bien, nos conviene analizar ambos aspectos. En cuanto al primero, es necesario que nos situemos histórica y socialmente. La importancia de este ensayo resulta crucial no sólo para nuestra actualidad, sino para el presente en el que fue escrito y publicado (1938, en lo que después pasaría a llamarse período de entreguerras). Se trata de un libro en el que creemos que hay una respuesta sólida sobre lo que se podría haber hecho para evitar la Segunda Guerra Mundial. Lamentablemente, el suceso ocurrió, pero no por eso deja de interpelarnos el que una mujer haya osado en tomar la primera persona y escribir en esa época contra algo que puede considerarse crucial para una nación. Y es que escribir contra la guerra, en un período donde las condiciones políticas ensalzaban los sentimientos nacionalistas, resultaba peligroso. Más aún si se es consciente de lo que implica la guerra para un país. Pues como trataremos más adelante la idea de guerra está muy apegada a la noción de patria. Pero antes de continuar no podemos no mencionar que si Woolf toma la voz para escribir, para hablar, es porque buscaba hacer visible ciertos aspectos ligados a la violencia machista que aún hoy nos resuenan; y que permiten entender por qué este libro de Woolf no fue igual de leído como Un cuarto propio. Ahora se trata de una confrontación con datos, de la mostración de hechos, más que de la seducción y del interés de convencer presentes en el primer libro (Lamas, 2002: 1). Por otro lado, el gesto de tomar la primera persona plural no es casual, sino que la autora encarna una voz que se hermana con otras para darnos a entender que habla en razón de todo un género. (1) De la mención sobre el fracaso nos ocuparemos más adelante, pero antes debemos notar que también hay un gesto dialógico. En términos de Victoria Ocampo, a diferencia del monólogo masculino, la mujer lo que hace es escuchar a otras voces y no sólo a la propia (2000). En el texto de Woolf esto se remarca por la numerosa inmersión de otras voces tanto femeninas como masculinas sobre los temas que trae a colación. Así, a diferencia del monólogo masculino, esta escritura está basada en la escucha, en el diálogo. No obstante, cabe recordar que es un diálogo iniciado por un hombre y creemos que Woolf lo ideó con la esperanza de que en un futuro sea real. Además, el empleo de este recurso nos habilita a hacer un análisis sobre las relaciones de poder y también sobre lo que es decible/no decible, visible/no visible que están estrechamente relacionadas. Porque esa voz masculina es la que daría el pie para esa escucha, pero en algún punto también la está habilitando para que hable. Lo importante es que Woolf decide contestar, toma la palabra y ahora es ella la que responde, la que elige hablar directamente. Entonces con su escritura lo que hace, según la perspectiva de Jacques Rancière (2014), es mostrar cómo funciona la división de lo sensible (2) y, sobre todo y más importante, reconfigurar la recomposición del paisaje de lo visible, de la relación entre el hacer, el ser, el ver y el decir.


Desde la posición de analista de archivos, presenta pruebas en su argumentación, los únicos documentos (la biografía, la historia y la prensa) a los que puede acceder como hija de un hombre instruido. Toma la palabra porque hay algo que quiere que el ahora destinatario vea, y nosotros como lectores también. Cabe preguntarse ¿Qué es lo que nos hace ver Virginia Woolf? ¿Por qué?

Pues bien, empleamos el término ver porque la autora efectivamente muestra muchas imágenes al lector. Es fundamental que mencionemos que empieza diferenciándose del remitente que ahora va a ser su destinatario mediante la creación de un “boceto” tal como lo dice con sus propias palabras. Nos dibuja una imagen de ese hombre que ahora está dispuesto a escuchar la opinión de una mujer. Y la autora toma la palabra, decide plantarse, responder, escribir desde la primera persona (ya sea singular o plural pues este cambio de pronombre está a lo largo de todo el texto), desde esa subjetividad se sale del lugar de víctima y se coloca en el lugar de la analista capaz de proponer soluciones. Las mismas provienen de una subjetividad propiamente femenina, de un modo de ver propiamente femenino. Pues la pregunta fue hecha hacia una mujer precisamente por algo y, según nuestra lectura, de esa misma materia está hecha la respuesta. Y para dejarnos en claro cuál es ese abismo que la separa a ella, como mujer, del destinatario (antes remitente) trae la voz de la escritora y exploradora inglesa Mary Kingsley para decirnos: “No sé si alguna vez le revelé el hecho de que aprender alemán fue la única educación pagada que recibí en mi vida. La educación de mi hermano costó dos mil libras, y todavía tengo la esperanza de que el gasto no haya sido en vano” (Woolf, 2015:11). Nuevamente se ve como la autora, se identifica con Kingsley. Es la voz de otra mujer que viene a hablar en nombre de las demás, para decirnos que la educación recibida por un hombre, es radicalmente diferente de la que recibía una mujer. Nos aclara después, que se refiere no solo a lo invertido en la universidad, sino que su hermano, solo por ser hombre, pudo acceder a viajes, campamentos y otras experiencias que le enseñaron ciertas cosas que en los libros no podía aprender. Todo esto contribuye a que, a pesar de que vean las mismas cosas, las vean de manera distinta. Tiene en claro, que si bien los dos se ganan la vida trabajando y comparten las características de clase (hablan con el mismo acento, usan cuchillos y tenedores del mismo modo, cuentan con una mucama que les prepare la cena y les lava los platos después de la misma y pueden mantener conversaciones sobre política, pueblos, guerra y paz, civilización y barbarie) hay un abismo que los separa.


En ese sentido es que Woolf se propone hablar desde esta posición: la de la hija de un hombre instruido. Accionar que sería tachado de clasista en su época, pero que ya veremos va mucho más allá, ya que su texto está plagado de un análisis minucioso sobre las condiciones de la educación de todas las mujeres y de las injusticias a las que se ha visto sometida a lo largo de la historia, y aún más importante en el presente en el que el ensayo fue escrito.

La historia, la autobiografía y la prensa serán pues el material al cual acudirá la analista en Tres guineas. Nos dice que además de ser los únicos a su alcance, le permitirán salir de su experiencia (que por todo lo antedicho es estrecha) y mostrarnos su modo de ver la guerra y su modo de evitarla. Guerra y deber-ser-masculino

Antes de continuar, es necesario reparar que este ensayo-carta que estamos analizando está dividido en tres partes, una correspondiente a cada guinea (3), que Woolf, como hija de hombre instruido va a donar como contribución para evitar la guerra, Al mismo tiempo que la destinataria es interrogada con esa pregunta, el remitente le hace otro pedido; le pide que firme un formulario para unirse a una organización de la que él forma parte y que busca defender la cultura y la libertad intelectual.

Nos conviene introducir ahora las nociones que empleamos en el seminario para poder profundizar en el análisis. Para eso partiremos de la visión que Woolf tenía de la guerra y su relación con el fascismo, para después analizar el poder y finalmente la violencia. Para iniciar, Woolf aclara que para poder abarcar el tema de la guerra y el cómo evitarla sería conveniente saber sobre política y relaciones internacionales y tener conocimiento sobre teología y filosofía, pero ninguna de las dos cosas estaban al alcance de las mujeres debido a lo estrecho de su instrucción. Pero, advierte también que si su remitente le hizo esa pregunta es porque ve a la guerra no como un producto de fuerzas impersonales, que tenga que ser analizado teóricamente y con términos abstractos, sino como producto de la naturaleza humana. Las razones y las emociones de los hombres y las mujeres son pues los que conducen a la guerra. y eso es lo que ella va a analizar.


Empieza entonces diciendo que “el combatir ha sido desde siempre un hábito del hombre, no de la mujer” (ibíd, 14). “Rara vez en el curso de la historia un humano cayó ante el rifle de una mujer, la vasta mayoría de las aves y de las bestias han sido liquidadas por ustedes, no por nosotras” (ibíd, 15). “Ustedes encuentran en el combate cierta gloria, cierta necesidad, cierta satisfacción que nosotras nunca hemos sentido ni disfrutado” (ibíd,15). Como se ve, para Woolf la acción de combatir, de ejercer un tipo de violencia sobre otra persona o sobre cualquier ser viviente es una característica “masculina” en el sentido de que es lo esperable del ser-hombre para ser aceptado como tal. Así, siguiendo el análisis de la autora, la guerra ocurriría porque está fuertemente ligada a la construcción de lo masculino asociada con tres motivos: es una profesión masculina, es una fuente de felicidad y estímulo para los hombres y es el canal por el medio del cual pueden exponer las cualidades viriles.

Pero lejos de caer en una visión esencialista y generalizadora, Woolf nos muestra que la situación no es tan sencilla, pues hay ciertos hombres que también demuestran un rechazo a la guerra. Lo que encuentra entonces es heterogeneidad de opiniones, si bien la mayoría de voces que la alientan son masculinas. Ante esta situación, la autora vuelve a traer a colación una imagen y nos aclara que la opinión se vuelve unánime delante de lo que muestra. Se trata pues de una foto que expone los horrores ocurridos en la guerra y sólo allí todos se ponen de acuerdo en que es horrorosa y que nadie quiere volver a vivirla. La emoción que tanto hombres como mujeres sienten ante esas fotografías es tan fuerte que requiere de una respuesta contundente, activa. Lamentablemente, para las mujeres esa posibilidad de acción estaba cerrada en esa época, no podía actuar ni física ni verbalmente aunque quisiera. La autora nos recuerda que no se le permitía ejercer la presión de la fuerza ni la del dinero (se encontraban excluidas del Ejército, de la Bolsa, de la Armada) y si bien podían escribir, estaba en manos de los hombres la decisión sobre lo que se publicaba y lo que no.

Nuevamente, es preciso analizar el recurso de la imagen construída textualmente porque como lectores y también como espectadores (pues ni la imagen es puramente visual, ni la palabra es puramente lingüística) todos coinciden y coincidimos en que la guerra resulta espantosa. Y acaso ¿no es lo que sigue sucediendo hoy en día? El internet está plagado de imágenes y videos del horror. Por ejemplo, con lo que está sucediendo actualmente en Ucrania podemos acceder a los sucesos de violencia capturados en video casi de manera instantánea y aún así sigue ocurriendo. De este modo, releer Tres guineas se torna imperativo


porque nos permite analizar, repensar y reflexionar por qué permitimos que así sea, por qué borramos de nuestra memoria aquellos hechos. Y sobre todo qué o qué no estamos haciendo para evitar que esto suceda y siga ocurriendo. De todo esto nos ocuparemos a continuación.


Poder, violencia y complicidad


Según el análisis de Woolf, bajo las nociones de patria, nación y orgullo los países han logrado su cometido: que una gran mayoría vea a la guerra como algo necesario. Es la patria la que condecora a los soldados, son los discursos de orgullo nacional los que los envalentonan y los convencen a tal punto que están dispuestos a dar su vida por ella, pues en ella se sienten protegidos. Pero esa misma patria que cobija y alienta a los hombres es la que excluye a las mujeres, por lo que esa palabra tan abstracta tiene diferencia de significado para ellas. Por eso se pregunta ¿qué significa el patriotismo para la mujer? ¿Acaso tenemos las mismas razones para sentirnos orgullosas de Inglaterra, para amarla, para defenderla? (Woolf, 2015).


La analista de archivos demuestra que si se le echa un vistazo a la historia y a la biografía se observa que el lugar de la mujer es bien distinto en esa “morada de libertad (4)”. Pues bien, resulta necesario remarcar que este es el argumento que le permite a Woolf empezar a mostrar cómo se ejerce la violencia contra las mujeres en la propia Inglaterra, que la barbarie del fascismo no les es algo ajeno, sino que está presente en su propio país y en las prácticas cotidianas a las que estas se enfrentan. Así, haciendo uso de la teoría de Michael Foucault y su análisis sobre el dispositivo de disciplinamiento vamos a mostrar cómo el poder funciona a través de la dirección de conductas. Cabe remarcar que entendemos por violencia a aquella que, según Foucault (1998), se sostiene por las relaciones de poder y subordinación ancladas en los discursos sexuales y políticos. El análisis de Woolf nos muestra cómo los discursos de la época planteaban una jerarquización sexual.


En primer lugar, nos es útil traer a colación la descripción y diferenciación de la indumentaria femenina y masculina que hace:


“Podemos decir que el modo en que los hombres instruidos destacan su superioridad, ya sea de origen o de intelecto, sobre otras personas, vistiéndose de manera distintiva o agregando títulos después de su nombre o letras antes de su nombre, fomenta el recelo y la competencia, sentimientos que -no es necesario acudir a la biografía para comprobarlo ni a la psicología para demostrarlo- estimulan una inclinación a la guerra”. (Woolf, 2015: 36-37)(Las negritas son mías).


De este modo, la autora nos muestra como algo que los humanos hacemos todos los días (vestirnos) está asociado con prácticas sociales y políticas. La ropa deja de cumplir la función de proteger el cuerpo y cubrir la desnudez, sino que tiene una fuerte relación con la guerra. Nos dice que les sirve a los hombres para mostrarse superiores ante otros, satisfacer su vanidad y colocarles etiquetas tal como se hace con las prendas en los almacenes. Además, nos hace notar que la indumentaria más llamativa que utilizaban los hombres de su época era en su función de soldados.

Continuando con la descripción de la barbarie de la que es víctima la mujer, Woolf analiza la educación. En sus propias palabras, esta no es ni es buena en todas las circunstancias ni es buena para todo el mundo; lo que lamentablemente implica que es buena solo para ciertas personas y para ciertos propósitos. Nos narra aquí un suceso, que conviene volver a relatar, en el que una mujer llamada Mary Astell quería crear una universidad para mujeres y donó el dinero necesario; ante esto la Iglesia se opuso argumentando que el deseo de aprender en la mujer iba en contra de la voluntad de Dios. Este hecho le sirve para remarcar que la educación es buena solo para ciertas personas, para ciertos propósitos y para uno de los sexos. Para darle más fuerza a ese argumento, nos relata cómo, por suerte, el sueño de Astell no murió con ella.

Hacia 1870, tanto en Oxford como en Cambridge, había facultades para las hermanas de los hombres instruidos. Pero el número era muy limitado y aún así hubo mucha oposición para que esto aconteciera. Empezando por lo difícil que fue para las mujeres conseguir una residencia universitaria, pues las universidades se negaban a darles el dinero y el espacio necesario; y cuando pudieron conseguirlo, la autora relata que si bien hubo hermanos que estuvieron dispuestos a dar clases a sus hermanas, hubo otros que se negaron a hacerlo; y no sólo eso, sino que las desalentaron. A tal punto era su renuencia a que las mujeres estudien que cuando una de ellas logró aprobar todos los exámenes no le querían permitir que lo anunciara, tal como los hombres solían hacerlo poniendo iniciales (5) antes de su nombre. La autora nos relata que nunca antes se habían presentado tantos votantes para rechazar una propuesta. Y no sólo eso, sino que después de que se anunciaran los resultados, los estudiantes concurrieron a destruir las puertas que se habían erigido en homenaje a la señorita Clough, su primera rectora.

Woolf argumenta que estos hechos son de público acceso para cualquiera que busque en la historia, y que son muestra de que la educación que recibieron esos jóvenes no es la que permitirá construir un pensamiento que vaya en contra de la guerra, pues ¿no es esa la misma educación la que ha creado esa obsesión por conservar lo que poseen y que hace que acudan precisamente a la violencia? Es evidente que si se negaban con tanto fervor a que estas puedan colocar esas iniciales como prueba de su estudio era porque así podrían conseguir un trabajo. Y ese es el siguiente aspecto que analiza la autora.


Woolf nos muestra que aquí también se nota esa división que excluye a las mujeres. Si bien hacia 1919 estas pudieron acceder al trabajo, la palabra “señorita” que antecedía al nombre de las solicitantes hacía que se las rechace por el solo hecho de ser mujeres, pues lo que cautiva y conforta en el ámbito privado, distrae y exaspera en el mundo público. Tres son las voces que la autora recupera de la opinión pública de la época, pero la que más nos resuena dice así:


“Estoy seguro de que expreso la opinión de miles de hombres jóvenes cuando digo que si los hombres hicieran el trabajo que actualmente están haciendo miles de mujeres jóvenes, ellos podrían mantener a esas mismas mujeres en hogares decentes. El hogar es el verdadero lugar de las mujeres que en la actualidad empujan a los hombres a la desocupación. Es hora de que el Gobierno inste a los empleadores a dar trabajo a más hombres de modo que estos puedan casarse con las mujeres a las que ahora no pueden acercarse”. (ibíd, 83)


La voz de un hombre que citamos deja explícito el lugar que le debía ser asignado a la mujer, sus propias palabras lo dicen: “la opinión de miles de hombres”. Sólo ellos creían (y lamentablemente se sigue creyendo) tener el derecho a estar en la esfera pública. Además, esta cita, nos permite vislumbrar los sentimientos de recelo y de competencia que como ya se nos dijo son afines a la guerra.


Esos hombres (6) con los que comparten a diario son los que tienen estos comportamientos dictatoriales. Como expone la autora, las profesiones que ejercen también tienen un efecto sobre ellos, los vuelven combativos, posesivos y vigilantes de los derechos que tienen.


Como se ve, la jerarquía sexual está presente en la sociedad que fomenta esos sentimientos. Entonces, siendo conscientes de que la teoría de Foucault dejó de lado varios aspectos vinculados al género, estamos yendo más allá, adoptando la perspectiva de Silvia Federici en Calibán y la bruja y decidimos poner el dedo, señalar a los culpables, pues es el mismo gesto que hace la autora al analizar esa opinión compartida por varios hombres. Es en esas voces donde ella encuentra el germen de lo que llamamos dictador:

“Allí tenemos en germen a la criatura, ‘dictador’, como la llamamos cuando es italiana o alemana, que piensa que tiene el derecho -que ese derecho sea otorgado por Dios, la naturaleza, el sexo o la raza es irrelevante- de dictaminar la manera en que deben vivir y lo que deben hacer otros seres humanos” (ibíd, 84).

Con lo antedicho, Woolf plantea algo que resulta de mucha importancia y de lo que años después hablaría Willhelm Reich en su Psicología de masas del fascismo (1933) al argüir que las masas no fueron engañadas, ellas desearon el fascismo. La autora analiza su propia Inglaterra y determina que existen actitudes fascistas, que las mujeres conviven con ellas día a día. La audacia de Woolf durante todo el texto no es solo el explicar las causas y motivaciones de la guerra y de su continuación, sino el haber podido relacionar el fascismo con el sexismo.

No es fortuita la tercera imagen que nos trae: la del tirano y todos los que lo rodean/rodeamos y le permiten/permitimos que ejerza el poder. La fuerza de su argumento radica en el hecho de mostrar que la barbarie fascista y dictatorial no pertenece a determinado país, sino que se encuentra en la misma Inglaterra. Y podríamos añadir en todo el mundo, en la manera en que actuamos.

Quizá lo dicho anteriormente explique la mala recepción y crítica que recibió el libro en su época y el por qué no fue tan leído ni tuvo la misma repercusión, aún hoy en día, que Un cuarto propio. Y es que Woolf logró entender y sobre todo hacernos ver que no existe tiranía sin complicidad. Pues la figura que fue esbozando a lo largo de toda la carta es la figura del mismísimo Hombre (7), que en Alemania se lo llame Führer, en italiano duce y acá tirano o dictador carece de importancia. Es pues el que cumple con todo lo requerido para tener la cualidad de viril. Es quien decide imponer una “naturaleza” a la masculinidad y cumplirla a cabalidad y también se separa de esa “naturaleza” femenina. Hitler, por ejemplo, establecía la distinción entre una “nación de pacifistas y una nación de hombres” (ibíd, 274)

¿Con qué fin Woolf quería que veamos al dictador?

Nos dice que no es para que sintamos odio, sino para demostrar que el mundo privado y el mundo público están vinculados de manera indisoluble, que las tiranías y servilismos del uno son las tiranías y servilismos del otro. Pero sobre todo, porque nos encontramos alrededorde esa figura, en ella nos vemos reflejados, nuestras acciones y pensamientos pueden modificarla, no somos espectadores pasivos condenados a obedecer sin resistencia. Pues “la producción social es tan sólo la propia producción deseante en condiciones determinadas” (Deleuze y Guattari, 1985: 3). Así lo que deseamos también es lo que produce la realidad, lo esfera social no está separada del deseo.


Con lo dicho anteriormente, la autora inglesa demostraba que el fascismo, el pensamiento dictatorial lo reproducen todos los Hombres, todos los días, en las pequeñas acciones cotidianas. Como vemos, este sistema que se ha encargado de dividir en todos los espacios a las personas de acuerdo a su género y que se encuentra presente, en el análisis de Woolf en Inglaterra (y podríamos decir en todo el mundo) solo sirve a los propósitos de la dominación, como ya lo dijo Federici “las jerarquías sexuales siempre están al servicio de un proyecto de dominación que sólo puede sustentarse a sí mismo a través de la división, constantemente renovada, de aquéllos a quienes intenta gobernar” (2015: 17).

Así pues la Mujer (8) se encontraría atrapada entre dos alternativas: la casa privada (donde la colocó el sistema patriarcal) o salir al mundo público (con su codicia y su afán de competencia). Ante tales opciones, la respuesta de Woollf viene a ser alentadora y hemos elegido llamarla “la salida femenina” porque precisamente, y como nos muestra la analista, ya se viene dando en manos de mujeres y tiene las características del modo femenino de haber experimentado/visto el mundo. La salida femenina

Hay pues una manera en que las mujeres entren en las profesiones (lo que les permitiría ganar dinero y por tanto tener una opinión propia) (9), pero a la vez estar en contra de la guerra.

Para llegar a las conclusiones que expondremos a continuación, la autora analiza la vida de las mujeres profesionales del siglo XIX y alude a que durante el ejercicio de su profesión, pero sobre todo durante toda su vida, ellas tuvieron cuatro maestras y que son estas a las que deben seguir escuchando. Resulta trascendente enumerarlas y explicarlas una por una, porque nos permiten entrever cómo es posible la construcción de un mundo-otro. (10)

La primera es la Pobreza, esta maestra de las mujeres les ha enseñado que no es necesario tener más dinero del que se necesita para vivir. O sea que deben tener el dinero suficiente para ser independientes de cualquier otro ser humano(pues esto les permitiría tener una opinión propia), poder solventarse en la salud y la comida, pero no más, ni un penique más. La Castidad, en el sentido de que la mujer que ejerza una profesión debe negarse a vender su cerebro a cambio de dinero. La Burla, en el sentido de que debe rechazar todos los medios que anuncien sus méritos y sostener que el ridículo, la oscuridad y la cesura son preferibles, por motivos psicológicos a la notoriedad y los elogios. Por último, la Libertad de lealtades falsas sugiere que debe liberarse el orgullo de la nación, del religioso, universitario, escolar, familiar, sexual, etc. y por consiguiente de todas las lealtades falsas que surgen de este. Según esta autora todas estas formas de acción le son posibles a las mujeres precisamente por su posición de outsiders, porque así es como han estado viviendo su vida. Escuchando a estas maestras es que pueden unirse a las profesiones y permanecer incontaminadas por ellas; pueden librarse del afán de poseer el recelo, la belicosidad, la codicia que estas infunden.


Habiendo pasado 84 años de la publicación de Tres guineas, las palabras de Woolf no dejan de resonarnos. Lamentablemente estamos lejos de cumplir con lo antedicho por ella. Según Virginie Despentes (2018), ahora que la mujer ha logrado penetrar en la esfera pública y ganar su propio dinero, lo único que ha cambiado es que puede mantener económicamente al hombre. Teniendo así una doble carga, no solo tiene que trabajar en el mundo público, sino que las tareas del hogar (que también son un trabajo) siguen recayendo en sus manos. No obstante, creemos que hay varios movimientos de disidencias que defienden precisamente una postura similar a la de Woolf en el sentido de ir poblando el mundo, de ir construyendo otras posibilidades reivindicando precisamente la diferencia, no homogeneizando a las personas bajo ningún título o etiqueta, porque su lucha aunque sea la misma, se da desde puntos de partida distintos.

Sus palabras nos hacen repensar también las actitudes que tenemos en nuestro presente ¿Hasta qué punto deseamos combatir ciertos comportamientos y no terminamos cayendo en la misma lógica? ¿Cómo es posible que el mundial de fútbol del presente año se realice en un lugar donde la libertad de expresión está prohibida, donde las mujeres y otras minorías siguen siendo discriminadas? Por eso se entiende la negativa de Woolf de firmar el papel que su remitente le había pedido para que formara parte de la comunidad de los hombres que quieren defender la libertad intelectual (11); arguye que la manera de proteger la cultura y la libertad individual es protegiendo la propia. Si bien la lucha es por los mismos objetivosy es esencial que realicemos esa unidad, Woolf está convencida de que, ya que las mujeres han sido excluidas, las armas que estas poseen son otras y con esas deben luchar. Juntos pero con las características que les son propias, no eliminando las diferencias.


En definitiva, la salida femenina es la negativa a usar los mismos modos, métodos e incluso palabras ya empleadas por los hombres. De ahí la nueva definición que les da a las palabras Castidad, Pobreza, Burla, Libertad de lealtades falsas. Pues esas divisiones siempre hallarán nuevas formas de crear jerarquías y por lo tanto exclusiones. Muestra de ello es el que en ese contexto los discursos fascistas pudieran excluir a los judíos.


Conclusión


A modo de conclusión, los enunciados políticos o literarios tienen efecto sobre lo real como lo dijo Rancière y por eso es tan importante lo que propone Woolf en Tres guineas. Se trata de un ensayo que reconfigura la recomposición del paisaje de lo visible. Si en su época se lo rechazó y criticó fervientemente fue precisamente porque mostraba y con eso invitaba a la reflexión y a la acción sobre el modo de pensar y de actuar y de cómo este es productor de realidad. Solo a través de la autocrítica llevada a la acción es que podremos evitar ser cómplices del tirano. La salida, lejos de ser solamente femenina, va de la mano de la lucha colectiva. Sin embargo, precisamente por haber estado afuera de la construcción patriarcal es que puede resistirse a las tentativas y herramientas del mismo. Por eso decide dar las tres guineas pero no unirse a la organización, la lucha será en conjunto pero desde diferentes lugares. La salida femenina se entiende entonces como alejada de todo lo que conlleva la exigencia de lo viril, lo combativo, el orgullo y a lo que inste a competir. Sólo así podremos construir un mundo-otro, alejado de esa lógica patriarcal y capitalista que solo nos conducirá a la guerra.

Notas


1 Si bien en esa época aún no se utilizaba el término, decidimos emplearlo ya que según nuestra lectura Woolf quizá sin advertirlo ya empezaba a matizar la diferencia social basada en el género.

2 Según Rancière “la división de lo sensible muestra quién puede tomar parte en lo común en función de lo que hace, del tiempo y del espacio en los que se ejerce dicha actividad. Así pues, tener tal o cual “ocupación” define las competencias o incompetencias con respecto a lo común. Esto define el hecho de ser o no visible en un espacio común, estar dotado de una palabra común, etc.” (2014: 3)

3 La guinea fue una moneda de oro (equivalía a 21 chelines) que se utilizó en el Reino Unido, antes de que se adoptase el sistema decimal en 1971.

4 Cuando habla de “morada de libertad” Woolf usa un dicho común del discurso político de la Inglaterra de su época y lo emplea en sentido irónico.

5 Se trataba de las iniciales de Bachelor of Arts, que indican el título universitario que se había alcanzado.

6 Vale recordar que la autora cuando habla de “hombres” no se está basando en las diferencias biológicas, sino más bien en los comportamientos viriles, violentos, sometedores que son los que están asociados a la construcción de lo masculino.

7 Woolf lo escribe con mayúscula y nos dice sobre este que es “la quintaesencia de la virilidad, el tipo perfecto del que todos los otros no son más que bocetos imperfectos. No cabe duda, es un hombre”. (215).

8 Al emplear este término nos queremos referir a todas las cualidades que sean opuestas a lo viril. Así lo femenino que puede albergar y reproducir cualquier hombre (biológicamente hablando)también está incluido. 9 En Un cuarto propio (1929), Woolf ya nos habla de las condiciones necesarias para que una mujer pueda escribir libros: Necesita poder tener el derecho a ganarse la vida, lo que le permitiría tener una opinión propia y toda la independencia que eso conlleva. 10 Utilizamos el término “mundo-otro” como oposición al mundo en el que vivimos que está regido por la estructura patriarcal.

11 Si bien, en el presente dice que no va a formar parte de esa organización. Nos deja en claro que las mujeres han sido las que más han aportado a la cultura, muestra de ello es pues la pobreza de su género.


Bibliografía:


- Cabezón Cámara, Gabriela. Beya le viste la cara a dios. Buenos Aires: Traficante de Sueños, 2016.

- Deleuze y Guattari. El anti edipo. Madrid: Ediciones Paidós Ibérica S.A., 1985.

- Despentes, Virginie. Teoría King Kong. Santiagode Chile: PenguinRandom House Grupo Editorial S. A., 2018.

- Federici, Silvia. Calibán y la bruja. Mujeres, cuerpoy acumulación originaria.

Buenos Aires: Tintalimón, 2015, pp. 1-33.

- Foucault, Michel. “IV. El dispositivo de sexualidad” (45-69),Historia de la sexualidad. La voluntad de saber, trad. de Ulises Guiñazu, Madrid, Siglo XXI, 1998.

- Lamas, Marta. “El feminismo de Virginia Woolf: el caso de Tres guineas” en Debate Feminista, 25, 2002, 393–402. Disponible en: http://www.jstor.org/stable/42624708

- Ocampo, Victoria. “La Mujer y Su Expresión.” Debate Feminista, vol. 21, [Metis Productos Culturales S.A. de C.V., Centro de Investigaciones y Estudios de Género (CIEG) of the Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM)],2000, pp. 61–69.Disponible en: http://www.jstor.org/stable/42624562

- Rancière, Jacques. “El reparto de lo sensible:estética y política”. Buenos Aires, Prometeo, 2014.

- Reich, Wilhelm. Psicología de masas del fascismo. Zurich: Versión al español de Raimundo Martínez Ruiz,de la edición alemana de Sex-Pol Verlag, 1933.

- Woolf, Virginia. Tres guineas. Buenos Aires: Ediciones Godot, 2015.


*Texto del SEMINARIO: LA ESTÉTICA AL RESCATE DEL PASADO: ARTES AUDIOVISUALES Y PERFORMÁTICAS COMO MEMORIAS FRÁGILES DE LA DICTADURA, de la UNIVERSIDAD DE BUENOS AIRES FACULTADDEFILOSOFÍA Y LETRAS

389 visualizaciones0 comentarios

Entradas recientes

Ver todo
bottom of page