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Foto del escritorNeal Moriarty

Gali y otros poemas / Natalia Bustamante



Natalia Bustamante nació en el Distrito Federal, México en 1994. Actualmente vive en Tecámac, Estado de México. Es historiadora por la Universidad Autónoma de la Ciudad de México. Sus poemas han aparecido en revistas digitales e impresas en México y Chile como Teresa Magazine, Los Nadies y Revista KUMA. Recientemente aparece en la Antología KUMA en la ciudad de Santiago. En historia ha publicado sobre Microhistoria italiana y pueblos originarios de México.



algo insistente como una rota compañía;

algo que se detiene ante mi puerta,

sin llamarme.

-Margarita Paz Paredes en Elegía por mi perro


Gali


El sol aplasta las calles

los tacos de diez pesos

que se pudren en las banquetas,

sus comensales recogen la carne, el cebo.


Compañero de cielos ríspidos,

faro de noches totémicas.

Por qué ningún mestizo

en esta tierra infértil

ha tenido compasión

de tu silencio abandonado.


En esta época de virus se exilió

el abrazo que dejas en la soledad

de los barrios y los guettos del mundo,

asustado,

lloras nuestro arrepentimiento,

refugiándote en habitaciones tristes,

de ojos callados

igual a los Apus que se mecen,

y disimulan con inanición su desgano.



Fui la ruta


Después de mi piel

en los ramajes de la luna

sobre esta ciudad periférica

no mires el vacío.


Llevo el paso cansado, la pesadumbre

del mundo en guerra, mi fe a tientas

reposa en las voces de las que desaparecen

dejan la navaja clavada a mitad de mi cuerpo,

se sienten como todas las cosas que no vemos

ese horizonte y la arena revolcándose

en las contradicciones del tiempo.


aflígete de esta mansedumbre

que piensa y se hace nudo en

círculos interminables// de esta niña que

sueña montañas, niebla, latitudes agonizantes


canto a la pacha

con la runa mi hermana

subiendo laderas, con el páramo repleto

de humedades/ de canciones al taita


a la mama

a los wuawuas


camino por calles ancestrales

veo fantasmas tambaleantes que susurran


¡ñukanchik pacha!

¡ñukanchik llakta!


no soy esta que balbucea kichwa

purépecha o náhuatl,

ni la protectora del árbol genealógico

a la que encomendaste,


ni esta de la fe a pie juntillas

con la que incendiaste las hendiduras del cielo,

ya sabrás que olvidé el letargo de tus años

dejé escapar tus sueños


con todas las voces

desde las entrañas de mi cuerpo,

este espejo que no es temor ni sangre

en tinieblas.


Aquí no yace el dolor, te dije

ni las vomitivas palabras de la noche,

este no es hogar de insectos,

me habitan aves ancestrales,

sobrevuelo estampidas de rinocerontes

a mitad de los Andes entre anacronismos del siglo


de vez en cuando bajo y toco las orillas

de los prados,

y soy otra vez esta casa

que se incendia.



Coincidimos bajo una tarde restringida


La incertidumbre huye del pecho de un niño

que velozmente trepa nubes,

lleva una nave consigo

donde con fuerza surca las calles sin pavimento.

Cuántos cielos nos pertenecieron antes de esto,

cómo nos bebimos la infancia

sin sentir a mitad del viaje

la preocupación desbordarse por nuestra sonrisa,

que permanece con sacrificio

debajo de una mascarilla agusanada

porque no hay cosas que decirnos al oído.

Ni siquiera tengo una nave como esa,

que recorre mi barrio y no sueña,

soy otra vez -salvándome-,

con los ojos aferrados al desierto.





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