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Explorando el Alma Plasmada: Reseña de la Obra Pictórica de Juan Carlos Jurado Reyna por Paúl López




Tiniebla Sagrada, exposición pictórica del autor Juan Carlos Jurado Reyna, 2024


Reseña escrita por: Paul López

 

En febrero de 2024, Juan Carlos Jurado Reyna expone por primera vez su obra plástica, intitulada Tiniebla Sagrada, alrededor de cuarenta óleos en un estilo figurativo donde la luz combate a la penumbra.

 

La exposición comprende retratos, escenarios herméticos, desnudos, atuendos del Siglo de las Luces y utilería simbólica que trata de arrebatar el protagonismo a los personajes, en su mayoría femeninos. Existe una mirada que pudo ser melancólica, pero se corrige hacia esa nostalgia inevitable de quien hace retratos, con dosis de erotismo y misterio, donde la armonía prevalece sobre lo simétrico, porque la geometría de los cuerpos, humanos o actantes, está a merced del imperio de la luz. Sin duda, Jurado examina los puntos focales con el cuidado con que un poeta elige sus verbos. El manejo magistral de la luz es uno de los rasgos distintivos de su pintura. Las sombras destacan en la obra; crean una atmósfera de penumbra que esconden a las figuras y los objetos, revelando detalles selectivos y ocultando otros en un juego sutil de iluminación. La luz esquiva, que apenas acaricia la escena, intensifica el dramatismo y la tensión emocional, sumergiendo al espectador en un ambiente donde la realidad, el erotismo y el misterio coexisten.

 

Juan Carlos Jurado Reyna es doctor en filosofía y estudios sociales; habla varias lenguas, entre ellas el latín y el griego clásico; es profesor, escritor y gran lector. Su incursión en las artes plásticas parecería que es parte de su exploración sobre el símbolo, el ícono o el signo. Quizá la grafía léxica le fue insuficiente y esta es su forma de explorar lo visual más allá del λόγος. Acaso la pintura le resulta un nuevo lenguaje, una gramática de colores y formas, con significados que solo el espectador podrá descifrar, porque toda obra de arte, finalmente, posee dos creadores: el autor y luego el espectador, que descifra la obra con su mirada crítica y contemplativa.  

 

En su sintaxis plástica, Juan Carlos Jurado Reyna demuestra un dominio técnico que evoca la maestría de los antiguos maestros. Sin embargo, su estilo va más allá de la alusión; incorpora elementos contemporáneos que le confieren una identidad única. La oscuridad y la luz, el enigma y la realidad convergen en sus lienzos para crear un conjunto intrigante que despierta la imaginación y deja una impresión en quien se sumerge en su universo pictórico. Como si se tratase de una apología a ese arte figurativo olvidado ya de maestros como Rembrandt y Velázquez, Jurado recupera el arte del retrato, el autorretrato, la descripción visual, el encuadre prolijo, hábitos artísticos ya pasados de moda en este «siglo de la información». Su obra tiene, por ejemplo, la elegancia de Federico de Madrazo, con el respeto a las sombras que tenía el maestro Poussin. El contexto de los escenarios, sin embargo, tiene la soberbia que José Ribera acostumbraba en sus óleos, con esa penumbra firme, que en los cuadros de Jurado cobra la textura de una tiniebla que incesta con la oscuridad. Por ejemplo, en una de sus obras, una mujer da las espaldas al espectador, quien se puede ubicar en el lugar de un voyerista, quizá de un hijo o acaso un amante. Su dorso desnudo está diseñado con la luz que parece venir de una ventana mínima. El encierro en que habita esta mujer desaparece con la solemnidad de esa luz que se impone: baña la silueta del cuerpo como en una victoria contra la oscuridad.


La obra pictórica enigmática de Juan Carlos Jurado Reyna se revela como una amalgama de elementos que convergen en un lienzo lleno de misterio, profundidad y reflexión. Este artista fusiona la maestría técnica del arte figurativo con una perspectiva única que da vida a un universo visual propio. En el corazón de la obra de Jurado se encuentra una obsesión por la figura humana. La representación de la mujer se erige como paradigma de belleza, pero no de una convencional, sino de una belleza que explora los matices de lo oscuro y lo sublime. Las figuras femeninas, a menudo envueltas en sombras y penumbras, transmiten una sensación de enigma y contemplación que despierta la curiosidad de quien las aprecia. El simbolismo oscuro impregna cada pincelada de Jurado: cráneos, libros y alusiones a lo lúgubre y a la muerte se entrelazan en composiciones que invitan a la reflexión sobre la fugacidad de la existencia y la inevitable presencia de la mortalidad.


En una época de postpandemia, el humano ha reconocido que las crisis no le son ajenas a pesar del desarrollo tecnológico y el avance de las ciencias médicas. La muerte como tema filosófico y pragmático sigue siendo vigente en este siglo. En los óleos de Jurado, la presencia de cráneos trasciende lo simbólico; estos son lo suficientemente elocuentes en la obra como para obviarlos, pero también lucen cotidianos, como si nos recordasen que, bajo el atuendo, el perfume, el maquillaje, el tatuaje y la piel subyace esa nada ósea, esa frágil estructura del cuerpo, que alegoriza a la despedida, a la muerte, pero a su vez da cuenta del miedo, del dolor, de la curiosidad y del misterio, que son territorios donde también habita el humano.


Cada elemento parece ser cuidadosamente seleccionado para tejer una narrativa visual que va más allá de la superficie bidimensional del lienzo. Es una obra que desconfía de las modas contemporáneas: eso de traducir los objetos a meros poliedros no tiene cabida en esta exposición. En pleno auge del píxel, de la pintura digital y de las artes electrónicas, la exposición Tiniebla Sagrada rescata el aroma del óleo, la trementina, la linaza y da un testimonio renovado de lo que, en otros siglos, solíamos llamar «arte».


 

 Fijarse que no se pie



rda la cursiva en a diagramación.

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