Mi nombre es David Manangon. Tengo formación como docente de literatura de secundaria. Durante varios años he trabajado en proyectos de fomento a la lectura y a la escritura creativa, motivado por mi gusto hacia los libros y la conciencia de que la literatura y el arte en general son los últimos bastiones que tenemos los humanos para todavía ser libres en nuestras ideas y pensamiento. Hace un año retomé la iniciativa Zona de lectura (https://www.youtube.com/channel/UC4KyrsNXa37aOUvmMwIAPag), un canal de YouTube en el cual comparto mis cuentos favoritos a través del formato audiocuento, mismo que ha tenido buena acogida por parte de personas adeptas a los relatos narrados en voz alta. Además escribo en el blog www.laeducacionlibre.com en el cual comparto mis perspectivas y pensamientos sobre la educación.
En el campo de la escritura narrativa me siento inclinado por el cuento, mis lecturas favoritas son relatos cortos y en mi breve experiencia como escritor, me siento a gusto contando historias en este registro. Este será mi tercer cuento publicado en Matapalo, espero se encuentre a la altura.
EN LOS MONTES DE LITIO
Conocí a Asthor cuando cumplí nueve, hace unos tres años, papá lo trajo. Encontró casi todas las partes en el basurero industrial durante ese verano. Lo que no consiguió tuvo que intercambiarlo en las comunas vecinas. Lo armó rápido porque en esa temporada habían desechado montañas de tecnopartes y muchas funcionaban, papá hacía buenos trueques con los comerciantes. Cuando era más niño todavía conseguíamos comida orgánica enviada del Territorio Central. Mi papá es un excelente ingeniero y programador. Él escribió un software que permitió sincronizar hardware de diferentes marcas y modelos para que Asthor funcionara. Me trajo un acompañante para asegurarse que no me pasara nada malo, se podía ubicar con facilidad por GPS y me ayudaría a trabajar. Ese día fui al botadero industrial del Sur y me quedé seleccionando mis primeras tecnopartes junto a Asthor. Papá empezó a ir a las otras comunas a intercambiarlas por algo útil, evitando los intermediarios era un negocio rentable. Pero, su trabajo como reciclador y reprogramador para la Casa Comercial Central ya no alcanza. Este último año todo se ha vuelto muy caro, ahora no mandan nada que sea útil.
Lo llamé Asthor porque la placa con el modelo y número de serie en la carcasa de mi hermano estaba raspada y manchada. Cuando intenté leerla, noté que le habían escrito con una navaja una A que parecía X y continuaba con una S, T, H y algunos números. A mí me pareció que decía Asthor y desde ese día ese fue su nombre. Aunque tiene la fuerza de un hermano mayor, sus 70 centímetros de altura y la ingenuidad que le programó papá, me obligan a tratarlo como a uno menor. Tiene cuatro ruedas de movimiento independiente en lugar de piernas, para trepar rápido entre la basura, y algunas herramientas como destornilladores, alicates y llaves en lugar de mano derecha. En la izquierda tiene una pala recolectora de doble hoja que utiliza como pinza en ocasiones. De lejos parece un pequeño tanque de los que usan los militares que protegen a los comerciantes. También tengo una hermana, esta sí humana, de siete años.
Yo prefiero pasar con Asthor. Cuando terminamos el trabajo en el botadero juego a que lo tatúo y con un marcador cubro su carcasa amarilla y gris. Él pone la música almacenada en una de sus memorias, un montón de artistas del siglo pasado. Lo que más me gusta es el Hip Hop. Hoy pone un tema de Biz Markie y le tatúo una serpiente en el brazo. Cuando termino, suena un tema de House of Pain. Repetimos rimas en dirección a casa.
Desde hace unos meses tengo edad para entrar al botadero industrial del Este. Ahí me enfrento a enormes montañas de tecnopartes, nada que ver con las pequeñas colinas del Sur. Asthor es muy útil para mover material, pero al no tener escáner infrarrojo no puede encontrar partes valiosas. Yo tengo un ojo excelente, así que somos el equipo ideal.
Este botadero es tan grande que no alcanzo a ver dónde termina, aun desde un lugar alto. Subimos una colina desocupada y repetimos canciones hasta llegar a un sitio lo suficientemente alto como para ver la salida del sol. Al llegar, me siento a desayunar, muerdo el filo de un empaque plástico y exprimo una plasta que me sabe ligeramente ácida. Mi hermano pone música a reventar en sus parlantes. Siempre escoge las mejores canciones. El sol brilla y destella en ocasiones sobre baterías de litio y pantallas de viejos teléfonos descuartizados. Las otras colinas de desecho se van llenando de recolectores. Cada tanto, un afortunado encuentra una motherboard en buen estado, procesadores potentes o discos duros empacados. Es como desenterrar un tesoro. Los negocios entre comunas se vuelven difíciles, estamos incomunicados con el Territorio Central y llegar allí es imposible sin un ejército propio.
Termino de comer pronto y le pido a Asthor que traiga un montón de procesadores. Estoy buscando un Ryzen Threadripper 3970X. Un cliente de papá le dará muchas u-coins, no solo comida o ropa. Esta colina atrae a muchos recolectores, pero lo que entra en la mano izquierda de mi hermano es suficiente para trabajar una mañana, tranquilos. Vamos a buscar sombra para clasificar los procesadores que me trajo Asthor. Guardo algunos que tienen buen precio, ojalá funcionen. Nada del Ryzen. Un grupo de tres niños se acercan a donde estamos. Buscan algo útil, como todos. Parecen hermanos. Continúo revisando marcas y series entre el montón que trajo Asthor. Los niños están prácticamente a mis pies, recogiendo lo que lanzo.
Se quedan horas, me ponen algo nervioso. El más grande parece ayudarles, les explica algo inentendible. Yo me siento cansado, ni siquiera la sombra ayuda en estos momentos. Quiero echarme ahí mismo, dejar de trabajar. Mis dedos están lastimados por tantas puntas que pasan volando. No aparece nada valioso. No puedo ver con claridad. Sube un olor insoportable. Es suficiente para mí, regresaré por la tarde. Le digo a Asthor que arroje el resto de procesadores. Abre la pala que tiene por mano, demasiado grande para su cuerpo, y cae una cascada negra brillante. Entonces lo veo. Apenas una milésima de segundo. Siento electricidad en la espalda y mis ojos despiertan. Las inconfundibles Z-E-N. Me arrojo antes que los otros niños lo tomen. Ellos se alteran y empiezan a gruñir, exigiendo que les muestre, parece que me quieren atacar. El más grande tiene un pedazo de vidrio en la mano. Siento que mis piernas se aflojan por un instante, Asthor se encuentra detrás de mí, pero sería imposible que ataque a los niños, así lo programaron. Lanzo un Athlon que les servirá para conseguir algo de comida. Los tres se echan a recogerlo, yo huyo con mi hermano.
Llego al refugio y lo primero que hago es buscar a mamá. Esta semana le corresponde cuidar y enseñar a leer a mi hermana y otros niños de la comuna. Me llama y pregunta por mi sonrisa. Le cuento en voz baja sobre el Ryzen y me abraza. Salgo a buscar sombra hasta que llegue papá. Hace tiempo que no me siento tranquilo. Parece que en verdad vale la pena. Con este procesador podremos volver a vivir bien, al menos por seis meses. Podría volver a dibujar. Tengo sed, pero no me quiero levantar. El aire caliente se estrella en mi cuello y axilas, me atraviesa las ingles. Cada respiración me sirve para aliviar el ardor de mi pecho con un soplido, como si apenas un instante de aire fuera suficiente. Sombras van y vienen detrás de los matorrales. El desierto se ve brillante, cierro los ojos, Asthor me arrulla con música.
Papá me despierta, tiene el gesto fruncido, me pregunta enojado por qué no estoy trabajando. Durante un instante me quedo pasmado y dudo si en realidad lo encontré. Mamá sale sonriendo, le cuenta del procesador. Él sopla al cielo y nos abrazamos los tres.
Entramos al taller y comprobamos que el procesador funciona y ahora el alivio es completo, pero la ansiedad no me deja quieto. Papá irá a la comuna de Plaza para enviar un mensaje corto a su cliente y firmar un contrato digital.
Por la noche nos trae comida de un restaurante, allá todavía hay. Hace mucho que no pruebo alimentos orgánicos. El cliente, contento con papá, le transfirió la mitad del contrato en u-coins. Mi hermana devora su filete, mamá le advierte a papá que no podemos comer así hasta otra ocasión especial. Tenemos que volver a los alimentos sintéticos si queremos que dure lo que ganamos en esta venta. Después de comer jugamos un poco. Ya es de noche cuando guardamos el procesador en una pequeña caja de hierro, mamá le pone candado, papá se la encarga a Asthor, que lo apresa con su doble pala, y nos vamos a dormir.
Despierto con los sacudones de mamá. Alguien entró y tiene a mi hermana contra su pecho, apunta a su cuello con un objeto brillante. Exige el procesador.
–Tranquilo. ¿Qué buscas? –Dice papá.
–El Ryzen Threadripper. ¿Dónde lo tienen?
Abro los ojos sorprendido. Una vez que me acostumbro a la oscuridad, reconozco al chico. Es uno de los tres niños que vimos en el botadero. Apunta a mi hermana con el mismo vidrio con el que me amenazó temprano.
–¡No te daremos nada! ¡Suelta a mi hermana!
–Cálmate, Phillip. –Me dice papá con voz entrecortada. Y volviendo la mirada al chico–. Te daremos el Ryzen, pero suelta a la nena.
–¡No! –Grito con dificultad.
–Cállate, Phillip –dice mamá conteniendo un grito.
–¿Dónde está el procesador? ¿Creíste que con un Athlon nos íbamos a conformar? Nos lanzaste un procesador de 45 u-coins. El que te llevaste cuesta 2800. Eres una mierda...
–¡Es nuestro! ¡Yo lo encontré! –Quiero golpear en la cara al maldito.
Mi papá me sostiene y dice:
–Está en la caja de hierro, allá a tu derecha, con el robot. Pero, tranquilo. Suelta a la nena.
El muchacho camina sin soltar a mi hermana.
–Ordénenle al robot que suelte la caja.
–¡No, papá! –Vuelvo a levantar la voz.
Papá respira profundo, el chico aprieta el vidrio contra mi hermana, empieza a llorar. No lo puedo creer, todo estaba listo. Debí ser más cuidadoso al regresar a casa.
–Asthor, entrega la caja –suelta papá con la cara como piedra.
Los ojos del pequeño ladrón brillan, empuja a mi hermana, sonríe y escapa con nuestra esperanza. Mamá abraza a la nena. Me siento en un rincón y lloro. Papá le da una patada al basurero. Se agarra de los pelos y corre a la entrada. Ese mismo instante mamá echa un grito. Toca a mi hermana y se fija en la sombra que crece debajo. Cargan a la nena y salen muy rápido. En el suelo se forma barro caliente. Abrazo a mi hermano.
Unas horas después entra papá. Temblando, me cuenta que el corte del cuello fue imposible de cerrar. Mamá se quedó preparando el entierro. Yo me siento como al mediodía en el calor asesino, con la respiración dificultosa, casi no escucho su explicación de la deuda con el cliente del Ryzen, la multa por no entregarlo, cuando me dice:
–Tendremos que vender a Asthor.
–¡¿Qué?! No puedes.
–Sé cuánto lo quieres, hijo. Pasabas más tiempo con él que con tu hermana. Pero es la única solución.
–Él es mi hermano –las palabras se me quiebran. El pecho me estalla.
–Él no es tu hermano, lo tienes tres años, Phillip. Además, a un hombre de la comuna vecina le sirven sus partes. Me dará 800 u-coins por él.
–¿Cómo trabajaremos? Sin Asthor será imposible conseguir suficientes partes.
–Lo haremos como antes. Tendré que volver a trabajar en el botadero del Este y por la tarde iré a vender las tecnopartes. Tú irás de nuevo al botadero del Sur, es más pequeño y podrás trabajar sin ayuda.
–Lo desarmarán, papá. ¿Estás seguro que es la única forma? –No puedo contenerme y lloro.
–Sí, Phill. –la voz de papá se quiebra a cada instante.
Me duele que esa sea la única solución, es solo que no puedo aceptar que se lo lleven como a cualquier cosa.
–Tendremos que salir temprano. Debemos llevar todo lo que se pueda vender para conseguir las u-coins que faltan y luego... enterrar a tu hermana.
Me lleva a dormir, él se queda moviendo algunas cosas en su taller, cierro los ojos. No puedo dejarlo así. Es mi hermano, mi pequeño bobalicón que me acompaña hasta la puesta de sol en los montes de litio. Es un robot, dice papá. Las personas no lo somos sin otro cerca, leí en un libro cuando mamá me enseñó. ¿Quién está más cerca de mí?
Papá sale de nuevo para ayudar a mamá. Cuento hasta sesenta, me parece una eternidad. Cincuenta y ocho… Cincuenta y nueve… Sesenta… Entonces me libero de las cobijas deslizándome hasta pisar el suelo. Me pongo un saco y despierto a Asthor. Le pido que abra su panel de control y desconecto el GPS. Seguimos la ruta de siempre al Sur.
Reconozco algunos brillos violeta a lo lejos. Me gustaba venir a este botadero, desde las colinas más altas se puede ver más allá de los muros, el camino que lleva a la comuna de Plaza y más allá al Territorio Central. Imaginaba que iba acompañado de mi ejército personal y entrábamos a la mismísima Casa Comercial Central para invertir mis ganancias por tantos tesoros encontrados.
Llegamos al botadero del Sur. Es pequeño, pero suficiente para Asthor. Se mueve lento, al ritmo de un Hip Hop silenciado. Le digo que ponga música, suena una canción de Ghostface Killah. Por eso amo a mi hermano, el mejor rap de la historia. No tengo ganas de hacer rimas. El sol me quema la oreja izquierda. Nos ocultamos en un pequeño cerro de tecnopartes.
Le explico a Asthor por qué volvemos a este botadero y por qué tiene que quedarse aquí. Lo visitaré todas las tardes cuando venga a trabajar. Acepta en silencio. Lo abrazo y pido que se oculte bajo uno de esos pequeños cerros.
Regreso a casa. Aún no sé lo que le diré a papá. Encontraremos la manera de solucionarlo, siempre hallamos una. Él es muy inteligente. Además, no tenía que ser su decisión. Asthor, con tan solo tres años, ¿no tiene derecho a seguir viviendo, aunque la nena solo llegó a los siete? Tomo un camino que rodea el sector donde vivo, me llevará algunas horas.
Veo la casa cuando el sol está alto. Al entrar en la cocina, los encuentro llorando, papá se arrodilla y me sujeta por los hombros, «¿Dónde lo dejaste, Phillip?», me suplica. Mis ojos tiemblan al ver los suyos desesperados. Suelto muchas lágrimas y le digo que no con la cabeza. Ahora su cara es extraña, como entre miedo y mucha rabia. «¡¿Cómo que no?! ¿Dónde lo dejaste Phillip? ¡Necesitamos pagar la deuda! ¡¿Tu hermana está muerta y tú sales con esto?!». Me sacude y vuelvo a negar. Esta vez me abofetea, me empuja y grita descontrolado. «¡Dame el robot! ¡Dame el maldito robot!». Definitivamente no quiero crecer. Papá recoge el dispositivo GPS que boté horas antes y se encierra en su taller. «Te ayudaré a trabajar», le digo, pero él no responde. Mamá se acaricia el rostro con una de las cobijas de mi hermana, empieza a llorar y se cubre. Salgo para recibir con violencia el calor del mediodía.
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