Biografía
Pablo Morales, especialista en visualidad y representación. Es comunicador social, fotógrafo de oficio y auror medio tiempo. Un latacungueño que calza del 45. Actualmente, es doctorando en sociología de la UCA, reside en Buenos Aires y no toma mate.
Diciembre del noventa y ocho
Hola, Marta pásame con el César. Sí, sí, en la escuela todo normal, el director me tiene con los huevos en la garganta con las proformas y los niños están menos burros, gracias a dios. ¿Cómo? Ese hombre se la pasa en el baño o qué. Dile que me llame por favor, necesito que confirme si viene con nosotros, así salimos en dos autos o solo en la camioneta del Patricio ¿Vos no quieres ir? No sé Marta, seguro llegamos de madrugada después de festejar en la pileta de la Central.
El veintitrés de diciembre del noventa y ocho, fue el partido de ida por la final del campeonato entre Liga y Emelec, ganaron los azules con un gol de Kaviedes y mi papá armaba la caravana para la vuelta en Casa Blanca. Ver a Liga es una tradición en la familia de papá desde antes de que yo, o cualquiera de mis primos, haya nacido. Todos los domingos salíamos de Latacunga a Quito y llegábamos dos horas antes del partido, comíamos fritada afuera del estadio y entrábamos a la tribuna occidental, atrás del banco de suplentes. Íbamos a todos los partidos, pero jamás a Guayaquil.
Kaviedes es un animal, cuarenta y tres goles en un año. Ese flaquito es bueno, lo mejor que tiene Emelec, pero tranquila gorda que solo hizo un gol. Tuvo tres claras, solo de empujarla y listo. Por suerte, solo uno. En Casa Blanca desquitamos, el primer tiempo un gol, en el segundo tiempo otro, Emelec se pone nervioso, hacemos el tercero y ya está, goleada y campeones. A Kaviedes hay que tumbarlo a la primera que intente hacerse el salsa, Ulises debe meterle el cuerpo, mandarlo a la mierda.
Mi mamá nunca fue muy fanática del futbol, no le gustaba ir al estadio ni que mi papá se gaste el sueldo en entradas, comida y gasolina, pero lo escuchaba. Soltaba un comentario de vez en cuando y papá hablaba y hablaba. Cuando no estaba mamá, venía conmigo y me explicaba la línea de tres, que la mejor defensa es el ataque, que verlo a Maradona era un espectáculo, que Pelé es el rey, que el cabecita Spencer era mejor que los dos, solo que ecuatoriano y por eso nadie dice que es el mejor.
Patricio yo voy con el Pablo, luego vemos lo de las entradas. No sé si los niños pagan boleto completo, hay que llamar a la radio para preguntar. Si quieres vos adelanta con eso, vamos con tres guaguas y el Marco que ya tiene diecisiete. No sé, el mocoso dice que quiere ir a la barra con los tambores, que quiere hacer una bandera. Le dije que se deje de tonteras, que vamos a ver futbol y no a pendejear gritando estupideces. Aunque lo de la bandera no es mala idea, podemos hacer una que diga Latacunga o familia Morales, siempre apoyando a la u.
Pasamos navidad en casa de mis abuelos maternos, a ellos tampoco les gustaba el futbol. Mi abuelo siempre dijo que era hincha de El Nacional, pero nunca lo vi terminar un partido completo, se dormía y despertaba justo al final para voltear y preguntar quién ganó. Pienso que solo lo decía por llevarle la contra a papá que, con radio en mano, escuchó todos los programas deportivos, leyó todas las notas en los diarios y vio todas las previas en la tele del abuelo. Veinticinco y veintiséis no se habló de otra cosa, que no sea el partido en Casa Blanca.
No, qué van a poder ganar. Sería una locura que el negro Paz nos construya el estadio y vengan estos monos a dar la vuelta. Es el año de Liga, le apuesto lo que quiera Don Efraím, que ganamos y con goleada. A ver ¿qué vamos? Su camioneta roja apueste o una botellita de whisky. Cómo le voy a dar el empate, no ve que si igualan van a penales. Es la final, alguno debe ganar sí o sí, mire que ya tienen un gol arriba. Apueste, apueste.
El veintisiete de diciembre del noventa y ocho a las siete de la mañana tomábamos café con pan, papá miraba el reloj tres veces por minuto hasta que la camioneta del Patricio pitó en la calle, mamá gritó que no olvidemos las gorras. Antes de salir, papá se santiguó y salió de casa con el pie derecho, como hacen los futbolistas cada que entran a la cancha. En la camioneta íbamos apretados, todos los niños haciendo upa y en la cajuela dos más, que ondeaban banderas. Las dos horas que tomaba llegar se pasaron al toque, entramos al estadio directo, nada de comida antes y solo conseguimos populares. Hasta entonces, nunca vi el estadio tan lleno y la cancha tan lejos, a penas distinguía al flaco Kaviedes que hacía jueguitos con la pelota mientras lo silbaban.
Te dije que me avises César, vinimos todos incómodos por tu culpa. Mira la cantidad de gente. Estos de dónde salieron, a ver si contra el Cuenca venían tantos. Sílbale, sílbale a Poroso, que deje pasar todas. Ojalá el Chinto se ilumine, no vaya a salir con un ibarrazo y nos complicamos, si el sambo está despierto ya está, medio partido ganado. Patricio ya no me jodas, luego te paso la plata de la gasolina y qué querías, quedarte tragando y no entrar, ahora pedimos unas empanadas de morocho. Madrina, madrina, dos cervezas.
El partido inició y un tal Máximo Tenorio metía una patada para mandarlo a la cárcel. Roja directa y a las duchas, ni se alcanzó a poner bien la camiseta. Álex Escobar tiraba pases como si estuviera en otro tiempo, como si el flaco ya jugó el partido y ahora sabía quién, cómo, cuándo y dónde. Una corrida por derecha, pase a Ulises y el primer gol llegaba. Mi viejo se abrazaba con el que era y el que no era. El Nine Kaviedes se acomodaba el cintillo y ya estaba listo para sacar del medio. Los azules no daban un pase bueno ni por casualidad y todos los caminos conducían a Escobar. Por ahí aparecía un Morales, primo de nosotros no era, pero tiraba un centro justo para que Ulises la vuelva a meter, un remate esquinado al que el aquero azul no llegaba ni en moto. La gente gritaba dañándose la garganta, nadie les dijo que el sonido viene de la panza o sale mal. Los azules se miraban unos a otros buscando culpables. Hasta ahí no había cantado las canciones, ni gritado los goles y luego vino el autogol de Augusto Poroso. En ese gol escupí mi funda de coca cola y levanté los brazos al cielo, pero no entendía que era gol de Liga.
Eso hijo grita, canta, salta. Vamos Liga, Liga de la Universidad Central. Juega Escobar, corre Ulises, vamos negro lindo, demuestra que estás para selección. Pablo ven te levanto para que veas mejor, el arquero de Emelec es Álex Cevallos, pero el Chinto Espinosa es mejor. Yo quiero que seas arquero como el Chinto, ya te voy a comprar los guantes hijo y la camiseta.
Escobar, Ulises, Escobar y el tercero de Ulises para el cuarto gol del partido. Me preguntaba porqué sigue jugando, si Ulises ya hizo tres, debía salir para que otros jueguen. Se me hacía justo que vaya a su casa a descansar. Que se vaya él, Escobar, que se vayan todos y dejen a los azules jugar solos. Le pedí a papá que paren el partido, que se acabe ahí, que el árbitro pite penales para Emelec o que Liga ceda dos goles, al final ya tenían cuatro. Golazo de Eduardo Hurtado, después penal para Liga. Empezaba a pasarla en serio mal, quería meterme a la cancha para que patee el penal Kaviedes, todos queríamos que el flaco bata ese récord mundial.
No se puede hijo, alégrate que Liga está ganando. Así no funciona el futbol mi amor, no se trata de justicia o de que ambos tengan los mismos goles. Imagínate que aburrido sería si todos los partidos terminan empatados. No llores hijo, el partido ya mismo acaba, Emelec es un gran club, seguro el próximo año será campeón, como hoy Liga va a ser campeón.
El estadio era una locura y yo lloraba en la general norte. El Tanque Hurtado metía el séptimo de Liga y a papá no le importó. Solo me abrazaba y secaba mis lágrimas. Tenía cinco años, no entendía el futbol y todavía no lo entiendo del todo. Lo que sí entendí es que papá siempre iba a estar conmigo, aunque se pierda el final del partido por consolarme, aunque no fuimos a la pileta de la Central a celebrar el campeonato, aunque nunca fui al arco y, desde ese día, soy hincha de Emelec.
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