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Jorge Proaño

Habitan el cielo / Camaleones / Contemplando a Rimbaud


 

Nací en Latacunga, a las pocas semanas fui a terminar en un recóndito lugar llamado San Miguel de los Bancos. Sólo lluvia y niebla se come ahí, es difícil crecer cuando no hay sol. Entre Dostoyevski y Henry Miller terminé en la escuela de sociología en la central, donde la poesía se perdió, y la teoría me proyecta hacia este momento.

 

Habitan el cielo


Súbitas son las palabras

Que el tren arroja

Al salir del túnel,

Y ver los horizontes de hierro

Que Arrecian su mirada

Mientras divagada en el infinito,

Junto a lánguidas estrellas de carmín

Encargadas de cubrir el cielo

De su maculada sangre;

Estallidos de rocas

Dibujan el fuego en el mar,

Tras la lluvia de otoño

Los papeles mugrientos

De mis versos mecánicos

Caen derrapados

Como proyectiles

En la pradera cubierta

De una locura seductora,

Sensitivo huésped que cala

Sus enigmas

En la estigma de Caín,

Que reverdece en la tierra salvaje

Dando vida

A los cementerios

Donde todo inicia.

Junto a la noche

Las arañas

Recorrerán su piel

Marcando cada sitio con mí nombre,

Y al alba, el mar

Y la fe en la última ola

Me devuelven una figura transparente

Frívola al tiempo

Amarga en sus abismos

Roída por el agua,

Libre como una serpiente de fuego

Que el mar reclama suyo,

En sus llamas voraces

Hombres y mujeres

Revolotean sumisos

Junto a lágrimas que se desvanecen

En el fuego fatuo

De una pasión diluida.




CAMALEONES




V



El cliché del alma

Suena bien en los textos del idealista,

En los versos de los poetas;

En mi panfleto, el tiempo con que se midió

La fuerza del alma, cae en una agriura

Sin sentido, muy contradictorio, como todo.

Alma y cuerpo el equilibrio sordo

Que nadie acepta, que dios nos da la vida

Mientras nosotros solos nos fundamos.

Pero hay quien se pierde en el subsuelo del aislamiento

Donde la mira de dios no llega

Pues el teme a su creación,

Las criaturas subterráneas viven al desdén

Que su palabra prohíbe.

He visto mil infiernos arriba como abajo

Y sé que el centro no es un lugar.


VII



Como un camaleón he vivido

En el archipiélago de los sueños,

La playa dorada donde el pecho se forma

Entre la arena de oro y el mar carmín,

Solo entre animales, entre los desterrados

Del mundo moderno.

En la isla perdida

Las ideas

Son lo que en un principio debieron ser,

La segunda fase de los sueños.

Camaleones entre las piedras, entre la vida sin sentido,

Sin orden, por puro gusto;

Porque aquí la vida es un pasatiempo

Porque las mil preguntas se quedan fuera,

Allá entre los que sufren en el continente

El hombre moderno, el progreso.

La humanidad es ya un sueño

Es iluso cambiar lo que está bien.

Como poner un verso a este lodazal,

Escribir es un juego donde

El que más lo busca nunca encuentra,

Yo solo juego con frases pobres e ideas nulas.

Como un parea de la belleza y del sentido,

He llevado mi inmundicia hasta los terrenos

De las artes, he robado sus métodos de expresión,

He bailado con el arte y lo he encontrado inútil,

Vacío como el pomposo artista,

Como la imagen que todos quieren mostrar.

Pero nadie se para a pensar en el estremecimiento,

En el momento único sin pasado ni presente

Donde el hombre busca en la basura del alma

Extrayendo los demonios más profundos

Que se derraman en el papel,

En toda la habitación, En el mundo;

Y que se ocultan como camaleones

Esperando el momento para invadir

Otro cuerpo, otro enfermo del camino

Volviendo esto en un círculo

Sin trazas rectas ni uniformes

Volviendo esto en el tiempo que perdiste en leerme.



 



CONTEMPLANDO A RIMBAUD


He visto las playas doradas de aquel joven poeta alzarse al confín de mi mirada, junto a una esperanza ciega de un cambio oportuno o un verso que encaje en el perfil de quien ha buscado y no encontrado.


Bajo los sellos feroces de nuestra moral, gruesos lamentos pugnan por encontrar su libertad, -si aún se la puede llamar libertad-. Oprimido ante las garras grasientas y míseras de la bestia brutal, que de niño me ató, junto a aquella vida tan repetida a lo lejos, pero tan cercana a la vez, vuelve siempre a evocar el fracaso de los hombres, privando el poco fuego que aún se pueden esperar.


Rememoro la prisión de las palabras en un día pardo, ya frecuente entre aquellos que abrazamos el hambre del espíritu, y la sed del pecado. Las calles marchitas al anochecer, como fantasmas, los vidrios rotos se elevan recordando la acción de días u horas, donde lo único que se lograr enarbolar en lo alto del pueblo, en la grisácea colina imaginaria, es el poder de nuestra barbarie, trémula ante el mar de los que partieron en la balsa purpura, aquella tarde donde el cielo abrió cavernas en la luz, marcando una estela de polvo negro, que fue a calar en lo más hondo de nuestro pecho. Y al alba, solos ya, en el lugar donde el pasado es la vida, donde el molde es firme y las ideas nulas. He querido escapar tantas veces, que ya que he olvidado el porvenir.


Tenía una misión en los días de sal del verano, donde el podrido hedor se alzaba sobre una magnifica mirada de sol, y las ratas revoloteaban al compás de las estrellas mudas, que nunca extendieron su luz por mi ventana, negándome la aceptación de la divinidad.


El mundo del enigma, de las mujeres, las palabras lucidas, se logra divisar con su esperanza mentirosa en la ciudad, cargada de truenos y sangre de inocentes, que no se detendrán ante las puertas de la razón o la justicia. Todo lo conocido ha terminado ya, la naturaleza tiende a cambiar, fuera de aquí todo cambia, ¿Quién olvidó este lugar?


El río de licores fluye caudaloso y peligroso, por las destartaladas callejas del olvido. El infierno de los jóvenes se oculta tras lívidas sombras que se enrojecen en la nada, en el heno, en los vicios de la generación olvidada, se entiende el porqué de mi borrasca. Años tras luz aguardando la claridad de las manos amigas. En nuestro desorden, los cuervos se elevan solitarios hacia la ría de la vejez.

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