Carlos Noyola nació en la Ciudad de México en el 96. Sus poemas han sido publicados en estos lugares y estos otros, pero seguro que no en aquellos. Escribió Costumbres correctas (Texere, 2014), y es editor en línea de la evista Opción.
Homenaje
Y ahí estaba, pequeño y con los ojos como puerta de iglesia, la Promesa de las Letras Nacionales. Sentado hasta atrás, en una pequeña silla, camuflado entre la prensa, intentando ver por debajo del brazo del camarógrafo, fingiendo tomar notas en su moleskine. Paz Lavirio, Villau Camero y Crauss Gomelo, hijo del gran Jlis Gomelo, los tres reunidos para hablar de la exquisita relación de El Premio Nobel con el conserje de El Colegio Nacional. Y la joven Promesa de las Letras Nacionales arrinconado ahí, en su pequeña silla, luchando por ganar campo visual, al tiempo que bajo la monumental insignia de El Colegio fluían las anécdotas: de cómo el Nobel pasaba diario y saludaba al conserje, de cómo se despedía de él, de cuando en una reunión de los miembros de El Colegio apoyó la moción de no correrlo, de cómo un día le regaló lo que le sobraba de su almuerzo, de cómo una vez se detuvo por algún rato a preguntarle si un amigo había llegado. Y ahí seguía, el futuro escritor, gran maestro, cada vez más incómodo en su silla, detrás de los aplausos después de las confesiones: su aporte a la literatura nacional es inconmensurable; vaya que su obra es magnífica; un ser irremplazable; fue un honor haberlo escuchado; ojalá pronto publiquen sus textos de cuando tenía dieciocho, ya muestran lo grande que iba a ser. Y ahí el joven Superpromesa de las Letras Nacionales, que salió entre la última frase y la ovación, con pasos grandes, la chamarra mal combinada, apretando la pluma contra el dedo pulgar. No se quedó a ver los abrazos, las fotos, las firmas, los cumplidos; desapareció entre las calles anhelando su homenaje póstumo.
Cantar libélulas
Subo los jarrones
para escapar de mi memoria.
Desde allá veo a mis hermanas
brincan encimándose
para alcanzar libélulas que se congelaron
cuando pensaban en ser aquenios.
La tía llamó
e intenté correr
pero mis hermanas decidieron
construir pirámides sobre mi cuerpo.
No siento los dedos, dijo una de ellas
y volteé a mirar por la ventana
el vals de dieciséis
que pronto se convirtió en canto
de risas y libélulas.
Mis hermanas repetían
que no las encontraban
y entonces entendí lo que vi
cuando dijeron:
las libélulas no están
se han ido
o se las llevaron.
Gadafi murió ayer
Los abundantes flashazos en el cuarto hacían patente la alegría por el maltrecho cuerpo.
El régimen de Muamar el Gadafi cayó ayer.
Pienso en el líder revolucionario,
el que unió a tripolitanos, cirenaicos y fezaníes
el que los liberó del yugo extranjero
el hermano líder
el que instituyó la Gran Yamahiridiya.
Pienso en el Gran Dictador,
repartiendo órdenes,
hablando en la ONU,
entrando a su harem:
comida exquisita, vino, alfombras finísimas,
y los niños y niñas bendecidas por su mano,
la mano santa introduciéndose en sus ropajes
para extirpar la inocencia.
Gadafi que después entraría en un cuarto solitario a confirmarse omnipotente
conversando con silentes enemigos de otro tiempo.
Imagino al dictador sentado en su oficina
tomando el libro verde
preguntándose por qué ahí no están las respuestas
a sus preocupaciones.
Ahora imagino a Gadafi
asustado, corriendo por el desierto
sin sus lentes de sol y con el thawb cayéndosele.
El Gran Líder, demacrado, temiendo,
ser guardado en un refrigerador,
ocultándose en un desagüe de remembranzas.
¡Tengan piedad! Gritaba Gadafi El Misericordioso.
¡Bang! ¡Pang!
Los abundantes flashazos en el cuarto hacían patente la alegría por el maltrecho cuerpo.