Me llamo Pablo Mériguet. Nací en Quito hace 26 años. Tengo un poemario publicado por la Casa de la Cultura titulado "Théoden". Aún no entiendo qué se debe poner en una biografía sobre uno, evitando el misticismo barato y el egocentrismo autocomplaciente. Tengo un gato llamado Arpegio y una perra llamada Suca. Aún no me muero. Fin.
Poema a los comunistas verdaderos
A mi padre, un falso comunista
Y entonces uno escucha a los comunistas verdaderos
hablar de minería, de burguesía, de epitafios posmodernos,
de Žižek, de antichavismo, de obreros fantasmales en decadente desilusión.
Y luego uno escucha a los otros comunistas verdaderos
hablar de estudiantes movilizados, proletarios en traje, de falsas revoluciones,
del Che, del capitalismo circuncidado, de álgebras resolutorias.
Y después uno escucha a los terceros comunistas verdaderos,
hablar de homosexuales, de música y tatuajes, de toros y marihuana,
de un anti-bolchevique, de ecologismo, de indígenas entrevistados.
Y como si faltara, uno escucha a los faltantes verdaderos comunistas,
hablar de planes armados, de cadencias trituradas, de risas rotas,
de Stalin, de clases, de Palestina, de odio al mundo y a la vida.
Y luego hay un grupo chiquitito, de comunistas falsos,
como en rincón de presbiterios de sapos,
donde un puñado de sordos, deja de hablar, y empuja al mundo.
Carta de quien no es
"Hay problemas que jamás hubiéramos resuelto
si fueran realmente nuestros problemas"
-Franz Kafka-
Querida:
Mira al mar, y cómo crece esa ola.
Atiende a esta carta, y silencia al mundo,
que por hoy, quiero decirte lo que ya deseas.
Tú lo sabes:
busca un hombre que comparta tus caminos.
Busca uno que marche de tu mano, de su rueda, de su cable.
Tú lo sabes, busca uno así.
Que tenga una barba vistosa,
que tenga un cuerpo hermoso,
que sonría con fiereza,
que ame a su perro.
Tú lo sabes, no lo niegues.
Conquista tu hombre de aventuras en peñascos,
deja que trepe por tu espalda, acaricie tu pelo, sea correcto.
Tal vez fume alguna planta verdosa, se azote con culturalismos,
te dedique dos o tres versos, y te inunde de metáforas.
Pero búscalo, es lo correcto para ti. Es lo que las señales te cuentan.
Tú lo sabes, y te encanta hacerlo.
Deja que te bese en el brazo, que condene su vida en eslabón a la tuya,
que te enseñe a caminar, a trotar, a gatear, a volar.
Que sea él, el tuyo, el que es.
Entonces se irán adorando, adornando, amando, amparando,
rompiendo, rogando, resucitando y respirando.
Será tu hombre de inicios, pero nunca parecerá esa costra
y tenaz página de fin de libro.
No será el separador de papeles que nunca fueron leídos.
No.
Tú lo sabes, ya lo sabes. Siempre quisiste saberlo.
¿Rabia? ¿Incomprensión? Pero para qué hablamos de la caída de una gota.
Busca a ese hombre que ya te encontró.
Él viaja por el mundo, sin fronteras y con pestañas,
porque los límites se crearon para los pobres.
Él, que escribe profundo, que es reconocido, que ama sin posturas.
A él tienes que atarlo a tu cuerda y candado de añil.
Tú lo sabes, estuvimos en la prehistoria.
Ya nadie labra piedras de las ruinas. Ahora las hacen con subjetivos,
con mármoles posmodernos, con señores que visitan la Amazonía,
Esmeraldas, mi Chimborazo.
Sabes que es correcto, que es tu biombo de alegrías,
un lobo en Malasia, en China, en Alemania, en la India.
Y pronto construirán una vida que se irá a viajar por la Atlántida,
al sur del cono, o al río subterfugio.
Y comerán delicioso, caminarán cientos de caminos,
visitarán estatuas fotografiadas, y conversarán con un niño sin cena.
Subirán gradas, bosques, perfiles.
Cortarán una brecha de esperanza infinita,
y la comerán ansiosos.
Tú lo sabes, así será.
Y no mires hacia atrás. No malgastes el cuello.
Si alguien se quedó descifrando tu espalda,
es porque se esfumó del sortilegio.
Tú lo sabes, busca a tu hombre.
Ése que no pierde el tiempo, pues es el segundero de tu suerte,
ése que repite incesante lo que tu oído suplica en conjunciones.
Ése que te ha enamorado hasta el firmamento de palabras,
ése que ha triturado a mi guitarra, a la fantasía, a la muerte.
Tú lo sabes, qué hermoso será encontrar a ese hombre.
Puede ser un profesional de día, y un mosquetero de noche.
Puede ser un economista en el almuerzo, y un pescado en el atrio.
Puede ser un entrevistador de indígenas, un piloto de carreras,
un loco, un cuerdo, un él, una ella; no importa, tú búscalo.
Entonces, cuando lo tengas, te vas a tomar un café en la calle,
se encuentran para ver cine “de autor”,
se suben en su auto hacia tu casa,
y dejas caer el sueño del simplón enamorado al pie de tu puerta.
Al día siguiente se darán látigos de naturaleza muerta,
conversarán sobre arte, sobre Proudhon (ya Marx pasó de moda),
sobre una competencia,
y se dicen lo hermosos que son y la lógica de su proximidad.
Un museo los esperará, tal vez una sinfónica de fotografías.
Se entrevistarán a diario sobre los minutos, y así pasarán los días;
y cómo el futuro es un gigante de nueces,
cómo el presente es una chispa atómica,
cómo el pasado se va, y se hace molesto.
Tú lo sabes, se parecerá inmensamente a tu padre.
Se ríe, es gracioso, socializa con la habilidad de un diente resplandeciente.
De seguro odia su vida, y ama sus pasatiempos.
O tal vez ya no serán pasatiempos, pero tampoco será su vida.
Y tus amigos lo adorarán, te verán feliz,
te cantarán una sonata, aclamándote por tu suerte.
Tú lo sabes, ya no tendrás boinas, tendrás filos de navajas.
Ya no tendrás esperas, tendrás apremios.
Ya no tendrás poemas de-construidos, tendrás libros parlantes.
Ya no tendrás burdas canciones en mensajes sónicos, tendrás besos de soles.
Ya no tendrás páginas de biblias arrancadas, o pedazos de vasijas pintadas,
u hocicos de dragones puntiagudos, o paseos a media tarde con un perro callejero,
o pájaros de papel, o gases lacrimógenos y piedras volantes, o una mano,
o un pie, o decenas de canciones a desgarro de armónica y guitarras eléctricas,
o una utopía;
o una revolución que te quería para ella.
No, ya no tendrás parcialidades, pues el tiempo era cobarde en tu espejo.
Ahora tendrás la estabilidad de una nube mansa, una cofradía a tu nombre,
fábulas completas, aire limpio y pájaros volando,
un cuerpo deslumbrante junto a tu cama,
pocas canciones, pequeñas utopías,
y revoluciones que siempre son fáciles,
porque nada más se indignan,
y debaten en la casa dándose razón,
y así se llevan a cabo.
Tú lo sabes, no lo pierdas.
Si hay quien te escribe, y lo sospechas,
tómalo por tonto, porque te espera aunque ya no llegas.
Es una espada bajo la cama de alguna bella durmiente,
atrapada por mil colchones de seda, de confort, de paredes blancas.
Tú lo sabes, es un capricho que dura una vida.
En todo caso, querida, debí advertirte de mis supuestos.
Si esta carta es molesta para tus ojos, que sea una ola en la playa:
mira cómo crece, se carga de luz, abre su boca y revienta la arena en toda la costa.
Espera a que llegue a tus tobillos, los limpie, mueva lentamente los granos
que a tus pies incomodan, y se vaya.
Ahora sí, da media vuelta y marcha de su mano.
Me recojo, hasta la no prontitud,
un abrazo, como quien no quiere encontrarte,
Quien no es.
Estos poetas de los diarios
Cae en una helada mañana,
el clamor ejecutado,
y me dice al oído
lo que siempre he escuchado.
Me cuenta que la poesía
se quedó en una banca
sentada porque a la vida
ya no le bastan las palabras.
Y es que en guijarros
de caminos de cruzados,
se labraron nuevas sangres,
y nuevos natos espantados.
Me cuenta el clamor,
el grito, el llanto, el payaso,
que los versos y sus amos
son cautos y desdibujados.
Ya no quieren querer,
(ni el querer les ha bastado),
sucintos a su vanidad
de verse publicados en diarios.
Porque los poetas de ahora
prefieren ser un papel seco,
llenos de galardones,
abismados de quebrantos.
Porque en su tenue causa
se pintan de danarios,
se esconden en braseros
y claman solitarios
que no hay vida repleta
de escrúpulos innecesarios.
Se secan los vivos poetas,
los muertos están mojados.