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Gabriela Ruiz Agila

Tras las pistas de Una Novelita Lumpen / El memorioso Córdova


 

Gabriela Ruiz Agila (Quito, 1983) @GabyRuizMx.De rasgos asiáticos, descendiente de migrantes y militante de la ternura. México, el desierto y el tequila hicieron raíz en mi sangre. Desde entonces me sé fronteriza y estoy en la constante búsqueda de esta poética.


 

“Aprendimos que no se escribe en el vacío”

José Emilio Pacheco

Estas leyendo esto porque cuando cerré la última página, me pregunté: ¿por qué Roberto Bolaño –igual que otros escritores– construyó una protagonista para su Novelita Lumpen? ¿A qué recurren estos hombres para crear sus personajes femeninos? Los escritores vinieron a buscar a sus musas en el antro, en el fondo de una botella, en el “no” de su aspirante a consorte, en el mechón de cabello de su mamá. ¡Ese hábito de ser tan mal pensada!


Para la última publicación de Bolaño, no hay introducción o prólogo. Entro de lleno a la lectura. El capítulo I empieza con esa denuncia moral: "Ahora soy una madre y también una mujer casada, pero no hace mucho fui una delincuente." La protagonista es una marginal sin sobrenombre. El tiempo de la historia de Bianca es la nostalgia, de las cosas que no encuentra, de las personas que no están. Para Bianca la alegría “…se parece demasiado a la mendicidad, a una explosión de mendicidad, y también es una alegría que se parece a la crueldad, a la indiferencia.”


La ceguedad y la desorientación son un signo permanente en el argumento. Una ceguedad donde la existencia es noche, y la noche es una incandescencia. En esa combustión da lo mismo cerrar los ojos o mantenerlos abiertos. “Ahora sé que la cercanía no existe. Siempre alguien tiene los ojos cerrados. Uno ve cuando el otro no ve. El otro ve cuando uno no ve. [...] Sólo existía el espejismo de la cercanía.”


Los personajes ven televisión, revistas pornográficas y aparentemente están vacíos. No tienen nada que dar. Eso explicaría el plan oculto que Bianca y su hermano han tramado para robar a un invidente fisicoculturista, 'Míster Universo'. Pero Bianca se conmueve: “[...] Yo miraba las aguas del río y las carátulas de mis películas y trataba de olvidar las pocas cosas que sabía.”


Cuando considero que el mundo está hambriento de los personajes femeninos que construyen los hombres en la literatura, pienso en La Maga de Julio Cortázar. Los hombres pueden “liberar” a la mujer en su literatura; hacerla menos dócil, sumisa, desobediente, servicial cuando se trata de dejarlo todo por uno de su especie. Esa mujer es casi siempre una criatura que los iniciará en sus largos caminos como solitarios experimentados en la incomprensión:

–¿Te explicaron?... Necesito compañía... No sé si te explicaron.

Le dije que sí, que me habían explicado todo.

–No te preocupes –dije.

Entonces se despojó de su bata y lo vi desnudo por primera vez. Me dijo:

–Ven aquí y apaga la luz.

–No hay ninguna luz encendida –dije.


Los personajes masculinos como en la vida real hacen “cosas importantes”. Míster Universo entonces puede ser una máquina de predicciones o un animal “avergonzado y muerto de frío y miedo que para él (frío y miedo) era casi lo mismo.” Por lo contrario, los personajes femeninos se encuentran entrampadas en “pequeñeces” de la cotidianidad, se desvisten y asean la vida íntima:


[...] Aquella mañana, mientras me vestía y hacía la cama, pensé en eso y en el peligro y en el amor y en todas las cosas de apariencia extraña que aparecen cuando menos te esperas y que en realidad siempre son subterfugios de algo distinto, de otra cosa ( de cosas realizables, no de cosas irrealizables), y luego me fui a trabajar [...].


Bolaño pare una mujer como tantas otras construidas desde la fragilidad. Bianca es una hermosa mantarraya que cae desde el techo. Debo decir que no encontré un personaje femenino que hable, sienta o haga el amor como alguna mujer que conozca. [...] Y esa imagen inventada me produjo una tristeza infinita. Bianca se mira en un espejo y dice:


[...] me vi ojerosa, con la piel blanca, como si la luna, que para mí brillaba tanto como el sol, me estuviera afectando. Y entonces decidí que ya no tenía por qué hacer el amor cada noche y cerré mi puerta con llave.

Bolaño es reconocido por la novela que obtuvo el Premio Rómulo Gallegos en 1999, Los Detectives Salvajes. Mis amigos periodistas nunca han querido prestarme ninguna de sus copias. Están marcados y reticentes a “soltar prenda” lo que revela el nivel de apego o su fanatismo. En mi caso, yo no soy una de esas lectoras groupies que buscan afanosamente los datos de sus autores favoritos cual fan de #BackStreetBoys.


Intelectuales o groupies parecen acomodarse en círculos “…y, deslumbrados por su propia ilusión, nos cantan cada año sus doce mejores escritores en una revista que sólo se vende en el círculo de lectores creado por ellos mismos”. Esas palabras son de mi amigo Marco Fonz (1965-2014), poeta chiapaneco que vino a empezar en Ecuador un periplo que terminó en Viña del Mar con la publicación de su libro Infrarrealistas/Poetas. Él estaba especialmente interesado en ocho poetas mexicanos pertenecientes en este movimiento y que Bolaño representaría en dicha novela. Pero Bolaño (Chile, 1953-2003) llega a través del aire circundante.


Puede ser la Novelita Lumpen acaso la biografía de la mujer que no quiso ser Bolaño. Dime ¿con quién aprendiste a adorar a las mujeres? ¿Al discutir y leer con ellas? Quizá en [...] El murmullo ya olvidado de unas niñas de tu infancia. Niñas, no adultas.


¿Cómo deberían sonar los personajes femeninos? No lo sé. “Una no nace mujer sino que se hace”. Solo decir que en mi caso, cada mujer que amo tiene algo de las protagonistas de Hiroshima Mon Amour de la Marguerite Duras, La Loca de la Casa escrita por la Rosa Montero, Afrodita de Isabel Allende o el pelo rojo de una heroína de mis propias historias por contar. En cada mujer que combato está el fantasma de Simone de Beauvoir, y el deseo como máquina que diseña días. Reconozco en sus libros algo de mí. De todos modos, yo sólo recuerdo lo que caprichosamente siento.



Idioma original: español Año de publicación: 2002 Valoración: recomendable Editorial Anagrama


 

El memorioso Córdova

Fue otro día de viaje en el autobús. El Memorioso Córdova me pidió apoyarse en mi brazo para sentarse en el asiento de al lado. Yo no suelo hablar con extraños pero hoy hice una excepción. Había visto temprano por la mañana, una reseña de alguna nueva película. Se trataba de una historia protagonizada por cuatro veteranos de guerra, ancianos vehementes, los últimos de su especie. Uno de ellos contaba: ―La joven me explicó como a un niño. Mañana deberá hacer dos cosas a la vez, caminar y hablar. Me gusta conversar. Es mi pasatiempo. Me gusta conversar con la gente del autobús. Más que nada con quienes tienen el mismo aspecto que yo: zapatos gastados, levita, algo de cabello peinado, siempre ojos adormilados. Pero Córdova me abordó a mí. ¡No sé que me vio! Me dijo con seguridad: ―Si usted me confía el nombre, su edad y fecha de nacimiento, en cien años todavía estará aquí. La recordaré. La idea me sorprendió, no lo niego. Una especie de Funes, sentado junto a mí. Le pregunté con entusiasmo: ―¿Dónde estaba usted el día que ocurrió el terremoto de Ambato? Mi abuela recuerda mucho el terremoto de Ambato que se sintió hasta Quito. ¿Dónde estaba usted ese día? ―Yo soy quiteño. Me aclaró primeramente. ―El día que el terremoto de Ambato ocurrió fue un viernes 5 de agosto de 1949, a las 2 y 5 de la tarde, yo vivía en la calle Ambato, en el centro histórico. Yo era un niño de nueve años. Las dos muchachas que ayudaban con la limpieza de casa, baldeaban los pisos. Mi madre me dijo que no tuviera miedo. Yo sonreí diciéndole que él fue un niño que sintió el terremoto de Ambato en la calle Ambato, a sus nueve años y no tuvo miedo. Pude haberle preguntado una que otra tontería, creo que sobre la Guerra del Cenepa (1995) pero rectifiqué preguntando: ―¿Qué otra cosa recuerda con frecuencia?


―Un X, X, de 1967. El día en que me casé.

Perdonen ustedes, la X reemplaza a los datos precisos. Es que yo tengo una pésima memoria y no puedo ahora mismo recordar el día y el mes referidos.

―Una salida al antiguo Teatro de Variedades, hoy Teatro Ernesto Albán, cambió por completo. Siguió contándome. ―Le propuse a ella: ¿Que tal sin en lugar de ir al teatro vamos al registro civil? Y así fue que me casé, y cada quien para su casa.

―Tengo dos hijos. Me dijo sacando una agenda de cubierta negra del bolsillo de su levita. La foto de sus dos hijos enmarcaba la imagen de su esposa. Continuó contándome: ―Fuimos a dejarla a ese viaje largo al que todos estamos destinados. Ahora está en el cementerio de San Diego. Pero yo lo que pido es que me cremen y mis cenizas las echen en el río Pisque cerca de Guayllabamba.

No conozco ese río. ¡Todo lo que me he perdido! Me recriminaba yo misma.

―¿Por qué en ese río? ¿Por algo en especial?

―Solamente porque está cerca y es el más caudaloso.

Ese río nace en el noreste de la hoya de Guayllabamba, avanza hacia el oeste y recibe las aguas de los ríos Granobles y Guachalá.


―¿Le gustan los tangos?, me preguntó.

Claro que sí, le respondí. Pero ¿por qué tangos y no pasillos? Comentario obviamente devenido del "nacionalismo metodológico" ¡Qué digo! De lo que creo yo que tenemos en común.

―Yo viví en Argentina. Me dice volviendo a sacar su agenda y mostrándome la foto de su hija. ―¿Cómo cree que se llama?

―Argentina


Y esa atmósfera ordinaria del autobús de pronto se transforma y él se vuelve un gotán en cuanto empieza a declamar:


Soy el tango milongón nacido en los suburbios malevos y turbios. Hoy, que estoy en el salón, me saben amansado, dulzón y cansado. Pa' qué creer, pa' qué mentir que estoy cambiado, si soy el mismo de ayer.


Si pudiera colocar la música para el día de su boda, él habría elegido "Almas blanquitas", un tango que después busqué y no encontré. Él mismo lo cantaría. Ése es Vladimiro Córdova, el gotán memorioso, el cantante de tango que regresó a Ecuador para enamorarse. Córdova de memoria prodigiosa porque recuerda lo que le ha hecho vivir. Yo me bajaba del autobús en la próxima estación frente al cine. El memorioso sentenció la despedida repitiendo: ―Si usted me confía el nombre, su edad y fecha de nacimiento, en cien años todavía estará aquí. La recordaré. Le escribo este texto a él para que ustedes no olviden al 'viejo'. Como yo no quiero olvidar a mi abuela, como yo espero compartir un día lo vivido.






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